Y... ¿qué le pasó a mi Navidad?

Lo prometido es deuda, una nueva entrada hoy en la noche (casi madrugada). Hoy quisiera compartir una anécdota que me sucedió en navidades del año pasado. 
La gente adulta tiende a decirnos que mediante vamos creciendo, vamos adquiriendo madurez, dejamos de ver diversión en cosas que nos tenían motivados las 24 horas del día, empezamos a contagiarnos de monotonía, las responsabilidades superan nuestros ratos libres[...] En fin, cantidades de situaciones que, de alguna u otra manera, llegan a cambiar nuestra perspectiva del mundo como la conocemos de la noche a la mañana, como si de un libro se tratase.




Demos un pequeño viaje a las navidades de hace 5-6 años, en las cuales yo pretendía tener entre 13 y 15 años. Curiosamente, soy el hermano menor de mi familia, y en aquellos tiempos solía ser un chico consentido (hey, pero habían ciertas cosillas que con el mayor de mis esfuerzos me ganaba). Antes, era uno de los primeros que apenas llegaba el mes de noviembre, ya estaba sacando todas las cajas en las cuales encontrara cualquier aroma de la Navidad, era el primero en molestar a mi madre por ver quién decoraba más rápido la casa con ese sentimiento de Navidad... ¿saben a qué me refiero? Todo lo que trae consigo la Navidad; unión familiar, nostalgia, melancolía, esperanza, renovación... todos y cada uno de esos bellos sentimientos que con el pasar de los años se van perdiendo en los hogares (lamentablemente el mío no ha sido la excepción). 

Cuando se acercaban las vísperas de Diciembre y ya el apartamento se encontraba totalmente decorado, era hora de hacer preparativos; ¿cuáles exactamente? bien, algo que en mi familia llamamos como 'La carta al Niño Dios'. Para los más desconocedores, pueden relacionarlo con la carta que se escribe a Papá Noel en Estados Unidos. Siendo yo alguien tan iluso y avaricioso, iba siempre por lo mejor: Que si una consola de vídeo juegos de la época, el último juguete que salió, un computador, una bicicleta, etcétera. Cuando ya estaba completada tan ardua lista de regalos, se procedía a dejarse en el Árbol de Navidad, para esperar que, unos cuantos días antes de Navidad, mágicamente desapareciera y días después algunas de esos regalos allí escritos, se convirtieran en algo real.

Uno de los días que más esperaba en Diciembre aparte de la Navidad, era el 7 del mismo mes, el día de las velitas. Para mi, es uno de los días en los cuales te reúnes con una gran cantidad de gente desconocida, sin importar si está haciendo frío o calor, si llueve o ventea; lo único que importa en ese momento es encender tu o tus velitas e iluminar la noche con ellas. Era uno de mis días favoritos, no por el hecho de encender velitas, sino porque era un día que lograba algo inusual, como lo es reunir a personas de tu entorno social, que quizás nunca habías compartido con ellas. Eso es lo que hace a este día tan especial para mi, porque tiene un poder tan inmenso, como lo es unificar a seres humanos por lo menos una noche al año.

Posteriormente, vendrían las cenas navideñ... ¡corrección! Las novenas navideñas, espacios en los cuales se narraba en 9 días con cánticos y alabanzas lo sucedido antes del nacimiento del niño Jesús. Era interesante, no había navidad en la cual no fuera el primero en bajar con mi pandereta y mi pequeña silla a sentarme a escuchar, aunque bueno, tiene un pequeño fallo esta parte de la historia: Realmente no iba a escuchar ansioso cada palabra que recitaban, sino a esperar con muchas ganas el refrigerio que al final de cada novena nos daban. Aunque debo admitir que, hasta el día de hoy, los villancicos que suenan año tras año, por mucho tiempo que pase, algunos de ellos me llenan de tanta nostalgia hasta el punto en el cual una lágrima se escurre por mi mejilla. 

Y después de estos largos 9 días de refrigerios y villancicos, llegaba el día más esperado del año, la Navidad. Para este día, como lo dije anteriormente la carta que había escrito se había materializado en regalos envueltos en papel navideño y tarjetas en las cuales decía que lo había traído el Niño Dios (aunque ahora es mucho más fácil reconocer la letra de quien te daba dicho obsequio). Tan solo bastaba con dar una mirada al árbol y así observar que cada uno de sus rincones estaba lleno de regalos. Lo que más recuerdo de aquellos tiempos y por lo cual siempre estaré agradecido con mis padres (porque vamos, a estas alturas seguir creyendo que quien te trae los regalos a casa es alguien que se hace llamar 'Niño Dios'... me parece respetable, pero no lo comparto) es que la mayoría de los regalos, se encontraban a mi nombre. Mi corazón palpitaba fuerte, como si al abrir cada regalo fuese a encontrar el significado de la vida o lo que había escrito en la carta. Nada podrá borrar la cara de felicidad de mis padres al ver que su hijo, con alegría y una pequeña sonrisa abría y disfrutaba cada uno de sus regalos.

Seguiría uno de los días que me divertía pero a su vez me disgustaba. El 28 de Diciembre. Este día vendría a ser la copia colombiana de 'April Fools' en Estados Unidos. Antes me solía gustar bastante, por la cantidad absurda de bromas y sucesos divertidos que pasaron a lo largo del año transcurrido; pero por otra parte es un día bastante negro en mi vida, ya que hubo un suceso que marcaría mi vida para siempre y, además, me mostraría que no todas las personas son buenas en el mundo (pero lamentablemente es una historia para otro día y para otra entrada, ¡ja!). 

Finalmente, llegaría el día en el cual todos relucen sus agüeros (disculpen si uso mucha jerga colombiana, pero no sé expresarme para una cantidad de público suramericano). Los agüeros son... ¿cómo decirlo? Pequeños acciones que haces antes, durante o después de fin de año para que el año que llega suceda algo en tu vida. Por ejemplo, el que más recuerdo es el que siempre mi padre ha hecho conmigo: Justo antes que el reloj marque las 0:00, mi padre me daba dinero y me decía que lo depositara en mi billetera, según su creencia, hacía esto para que el año que llegaba no me faltase nunca dinero. Así como ese hay muchos más.
También recuerdo que siempre acostumbrábamos a cenar, así fuera comida previamente comprada y cocinada, o algo especialmente hecho por mi madre y hermana. Minutos después de iniciado el año nuevo, mi madre oraba —y ora— cada vez para que el año que llega, sea el mejor para todos nosotros.

Y entonces... ¿qué significa esta entrada? bueno, es ahora el cambio que presentó la Navidad del año pasado. En casa faltaba media semana para Navidad, y aún ni siquiera habíamos bajado las cajitas donde estaba toda la decoración. El día de velitas lloviznó un poco fuerte, y por alguna razón muy pocas personas decidieron salir a colocar sus velitas y compartir un rato agradable con su vecindad (incluyéndome). Para las novenas, ni siquiera la palabra refrigerio hacía efecto en mí, solamente veías a niños más pequeños recitando, cantando y comiendo. Para la Navidad, el árbol cada vez estaba más vacío (cosa que no me disgusta, así se gasta menos dinero), mis padres con una sonrisa un poco más apagada, pero esforzándose por no mostrar el cansancio y esmero que detrás de esos regalos había, una emoción por abrirlos que ya no existía... el April Fools colombiano ya no me divertía en lo absoluto, por el contrario, se volvió el día más negro del año para mí. Y año nuevo... mi querido año nuevo... lo único que no cambia en ti es la oración de mi madre al iniciarte y el agüero de mi padre. 

Mi punto es ¿qué le pasó a mi Navidad? simplemente el hecho de haber crecido, de haber pasado a la mayoría de edad o simplemente el hecho de adquirir una mayor cantidad de responsabilidades, ¿todo eso causó que este Diciembre, mi Diciembre no fuese el mismo que el de hace unos cuántos años?. Lo único que amo con el alma, es que aún puedo disfrutar a mis padres en estas fechas, y algo curioso, la gran nostalgia que despiertan en mi  —y especialmente en mis padres— los villancicos que todo el día y todos los días de diciembre, suenan y resuenan en nuestro pequeño apartamento.

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